Reseña de Splitsville: Una resurrección de la comedia romántica

      Nota: esta reseña se publicó originalmente como parte de nuestra cobertura de Cannes 2025. Splitsville se estrena en cines el 22 de agosto.

      Michael Angelo Covino y Kyle Marvin no conocen la maldición del segundo largometraje. Los cineastas, mejores amigos —que se conocieron actuando uno frente al otro en un anuncio hace 15 años y debutaron en el largometraje nueve años después con la comedia bromántica sobre bicicletas The Climb— escriben, producen y protagonizan sus propias películas con una voz fresca y sin ataduras. Bajo la dirección de Covino hay una sensación holística de artesanía, precisión cómica y control creativo en su enfoque —especialmente en lo que respecta a la comedia romántica, un subgénero últimamente anémico que recibe cierta reanimación en su más reciente entrega, Splitsville.

      Se abre en medio de una sesión de canto durante un viaje por carretera entre dos personas que, por sus voces insoportablemente desafinadas, se muestran más que cómodas entre sí. Al año más o menos de casados, Carey (Marvin) y Ashley (Adria Arjona) parecen una pareja hecha en el cielo —hasta que Carey menciona clases de cerámica. “Dijiste que querías probar cosas nuevas…?” suplica. “Me refería sexualmente,” responde ella sin pestañear. Pero ella deja pasar el comentario, intenta encontrar la diversión en el momento: “¿Mano o boca?” le propone. “Eh, la mano está bien,” dice Carey con un temblor, revelando el romance destrozado entre ellos. Pocos instantes después ella sucumbe a su tentación y (verbalmente) presenta la demanda de divorcio.

      Entonces, de repente —en una jugada ejecutada con el devastador giro de un drama en su tercer acto— sucede un impactante choque automovilístico que rápidamente (y en medio de una compresión torácica sobre una mujer muerta) se funde en un ingenioso intercambio sobre quién tiene la responsabilidad de cambiar las ABC o CAB de la política oficial de RCP. En el caótico humor negro, uno de los momentos más divertidos de Splitsville triunfa: un chiste sobre un pene que lanza a Carey a correr (léase: jadear) por los bosques y los jardines cuidados de los Hamptons, lo más lejos posible de Ashley. La partitura de Dabney Morris y David Wingo, un tema con bajo potente, cae brillante y pesada sobre la tarjeta de título que se expande en un resplandor naranja difuso mientras Carey galopa por un campo gris verdoso al estilo de Freddie Quell en The Master.

      Cubierto de tierra y ramas, Carey finalmente llega al patio trasero de la maravilla arquitectónica moderna de la casa en la costa de Julie (Dakota Johnson) y de su mejor amigo Paul (Covino). Ashley ya había pasado hace un par de horas a dejar sus cosas. En su intento por reconfortar y calmar a su amigo, Julie y Paul le cuentan a Carey sobre un acuerdo abierto en el que duermen con otras personas y no hacen preguntas, estableciendo el escenario central y el conflicto de la película: ¿qué pasa cuando tu mejor amigo se acuesta con tu esposa si técnicamente está “bien”?

      Entra en escena: una pelea disparatada coreografiada con la brutal escrupulosidad de una película de Bourne, que dura diez minutos e incluye un estruendoso rescate de un pez (¡no el único de la película!), peleas bajo el agua y una panoplia de movimientos de lucha libre nombrados en tiempo real. A partir de ahí, la película se convierte en una montaña rusa deliciosamente inesperada —a veces literal— de exploración de las relaciones abiertas, desternillante y autocrítica, que casi siempre deja a los patéticos hombres en las palmas de sus hermosas y relativamente imperturbables esposas.

      Marvin y Covino han labrado ciertamente un camino distinto en esta fase temprana de sus carreras. Por separado, Covino picó más el bicho de la actuación que Marvin, consiguiendo papeles en la candidata al Oscar News of the World y en el fallido conjunto estelar Riff Raff, mientras que Marvin obtuvo un papel secundario importante en la miniserie de Apple TV+ WeCrashed y lanzó su carrera como director de largometrajes con, de todas las cosas, 80 for Brady. Juntos escriben comedias de amistad ágiles, al ritmo de Sorkin, que preparan la inimitable química cómica y el timing del dúo. Su marca relatable y terrenal de comedia temeraria, impulsada por idioteces y errática, parece la llegada de un estilo que podría prender fuego —una voz cómica fresca que recuerda a la aparición del tono indie juguetonamente seco de Wes Anderson en los años 90.

      Covino y Marvin escriben e interpretan estos personajes principales con un tono muy particular para cada uno de ellos. En Marvin, eso se traduce en alguna variación de un tonto entrañable y torpe con el fantasma de una columna vertebral, una voz jadeante y quejumbrosa, y, de algún modo, un encanto despreocupado. En Covino, eso se ve como un hombre seguro de sí, desprovisto de emoción, que tiene todo lo que quiere y realmente no sabe apreciarlo. Pero ambos interpretan, de una forma u otra, a un niño-hombre sin filtros que choca a toda velocidad contra una hoguera de emociones no explotadas.

      Anclada en el sentido del humor del dúo —que extrae momentos inolvidablemente divertidos, ante todo, de Jackson, el amante convertido en compañero de cuarto (Charlie Gillespie), y de la elección de ver Lorenzo’s Oil como clásico para llorar en grupo (quizá la elección más graciosa para un grupo de hombres afligidos y abandonados que miran en solidaridad)— Splitsville rebosa de líneas ingeniosas y explosiones cómicas que la hacen jugosa para visionados posteriores. Como cuando alguien pregunta si un Superhost es “un propietario usurero de Airbnb” o intenta citar de contrabando Vanilla Sky en una conversación seria (“Cuando te acuestas con alguien tu cuerpo hace un compromiso aunque tú no lo hagas”) solo para que la otra persona, lo suficientemente familiarizada con el rompecabezas mental de Cameron Crowe, lo señale. (Esto ocurre segundos después de que un adulto arremeta con el vientre contra otro en un intento sincero de intimidarlo.)

      O considérense un alumno de secundaria —a punto de ser expulsado— que explica con inteligencia y desdén a un padre preocupado que “el sistema escolar está roto” porque Rockefeller lo modeló de tal forma para que los trabajadores de fábrica fueran más obedientes. Ese mismo niño mimado y temerario pasa su tiempo libre robando motos de agua de los vecinos y hundiéndolas en el Long Island Sound. (“Nunca sabes lo valioso que es algo hasta que lo hundes,” le dice a su amigo con un encogimiento de hombros.) Al igual que los adultos en foco, prueba cosas solo por el hecho de probarlas, sin importar el daño que sus acciones puedan causar a los demás.

      The Climb pudo haber sido un comienzo magnífico, pero poca gente la vio. Eso no será así con Splitsville, que está prevista para distribución amplia en cines a través de NEON. Dividida en cinco artículos que refuerzan el tono del título —un tema consistente desde la secuencia inicial en adelante— con subtítulos tipo jerga legal de papeles de divorcio como “Artículo I: Evento de Terminación” y “Artículo IV: Libre de Coacción”, Splitsville está destinada a comprarles a Marvin y Covino otra película, más dinero e, potencialmente, el inicio de ese codiciado estatus de nombre familiar.

      Splitsville se estrenó en el Festival de Cine de Cannes 2025 y se estrena el 22 de agosto.