Crítica de Rotterdam: Ariel, el riff de Shakespeare de Lois Patiño, desaprovecha su intrigante premisa

Crítica de Rotterdam: Ariel, el riff de Shakespeare de Lois Patiño, desaprovecha su intrigante premisa

      Hace unos años, los directores Lois Patiño y Matías Piñeiro unieron fuerzas para lo que pretendía ser una adaptación muy libre de La Tempestad de Shakespeare. El corto resultante, Sycorax, parecía el encuentro de dos espíritus afines. La habilidad de Piñeiro para resucitar los textos del Bardo e injertarlos en escenarios actuales se encontró con el agudo ojo de Patiño para lo sobrenatural. Sycorax, la historia de un cineasta ficticio (Agustina Muñoz, habitual de Piñeiro) que recorre las Azores en busca de una mujer que interprete a la bruja homónima de La tempestad, rezumaba la alegría de las "Shakespeareads" de Piñeiro y el aura sensual e hipnótica de Marea roja o Samsara de Patiño. Basada en una idea original de Piñeiro y Patiño, pero escrita y dirigida únicamente por este último, Ariel se inspira de nuevo en La Tempestad y envía a Muñoz de nuevo a las Azores, esta vez no como directora, sino como actriz invitada al archipiélago para protagonizar la obra. Es decir, que Muñoz se interpreta a sí misma, y en una película en la que todo el mundo a su alrededor se dedica a suplantar a otras personas, ella se cuela como una especie de error del sistema. "Toda la isla es un teatro", explica al principio el recepcionista de un hotel: cada día, varias obras de Shakespeare empiezan al amanecer y terminan al atardecer, para volver a empezar (al estilo del Día de la Marmota) a la mañana siguiente. Así que Muñoz, incapaz de localizar a la compañía de teatro que la atrajo a las Azores, acaba encontrándose con gente del lugar que interpreta a personajes de Romeo y Julieta, Otelo, Hamlet y similares, muchos de ellos vestidos de época y recitando sin público a la vista. Llámenlo "Las islas de los personajes en busca de autor", parafraseando el título de una obra del dramaturgo italiano Luigi Pirandello que se menciona al principio. Sin embargo, Ariel no está tan interesada en explotar la disonancia entre su telón de fondo contemporáneo y la gente que lo recorre con capas y armaduras. En gran medida porque, a medida que la búsqueda de Muñoz la lleva de una obra de teatro a otra, la película abandona cualquier pretensión de realismo para desarrollarse en una región nebulosa suspendida en el tiempo y el espacio. Patiño cambia poco a poco el escenario urbano de sus primeros segmentos por las inmensidades yermas y envueltas en niebla de las Azores. Es aquí, a través de praderas azotadas por el viento y vertiginosos acantilados, donde transcurre la mayor parte de Ariel. Como en Honor de Cavalleria de Albert Serra o el díptico Juana de Arco de Bruno Dumont (2017-2019), la naturaleza se hincha en un escenario continuo y majestuoso con personajes e historias que surgen de cada rincón. Ion de Sosa (el director de fotografía de El espíritu sagrado, una película destacada de Locarno de hace unos años que no puedo dejar de recomendar) convierte estas vistas en proscenios de ensueño; empapado en magentas y malvas, en su momento más alucinante Ariel recuerda a algunos de los surrealistas relatos marítimos de Raúl Ruiz, como Ciudad de piratas y La isla del tesoro.

      Más que yuxtaposiciones fáciles de pasado y presente, verdad y ficción, Ariel se alimenta de preguntas de naturaleza más existencial. ¿Quiénes son realmente estos vagabundos con los que se cruza Muñoz? ¿Por qué no son capaces de reconocerse como actores, personas que interpretan a otras personas? ¿Y qué pasaría si se alejaran de los textos sagrados del Bardo, suponiendo que pudieran? Es lógico que, de todos los personajes de la obra, Patiño eligiera a Ariel como protagonista. En La tempestad es un espíritu que cambia de forma y está al servicio del mago Próspero, que la rescató del árbol en el que estaba atrapada por Sycorax. En esta película, es el papel por el que Muñoz había sido invitada a las Azores, pero pronto descubre que fue a parar a manos de una mujer que presumiblemente llegó a las islas antes que ella. La interpreta Irene Escolar, a la que Muñoz identifica correctamente como descendiente de una familia de actores españoles: "¡Te acabo de ver actuar en una nueva película de Jonás Trueba!" (Se refiere a Tienes que venir a verla, de 2022). Pero la epifanía se le escapa a Escolar; como todo el mundo en Ariel, no puede o no quiere permitirse existir fuera del texto de Shakespeare.

      Reinterpretar la ficción como una especie de camisa de fuerza en lugar de un mero escapismo es una propuesta interesante. Pero Ariel nunca es tan sugerente como las cuestiones que plantea. Sin la inventiva formal que hace que los proyectos Shakespeare de Piñeiro sean tan atractivos, la película pierde poco a poco su encanto misterioso. Patiño no puede sacar mucho provecho de los devaneos de Muñoz; sus encuentros fortuitos con Romeo, Hamlet y otros personajes acaban resultando vacíos, cuando no directamente insensibles. En un momento dado, el inquieto trasiego entre obras y las constantes llamadas de sus personajes a "escribir [su] propio destino" dejaron de darme cosas nuevas en las que pensar, y durante un tiempo me dejé arrullar por los pasajes más oníricos de la película: las recurrentes y superpuestas vistas del océano, los paisajes sonoros casi litúrgicos (cortesía del diseñador Xabier Erkizia).

      Ariel funciona mejor una vez que Patiño abandona la búsqueda de Muñoz para volcarse en el paisaje prehistórico que la rodea; en otras palabras, cuando la película intenta hablar el mismo lenguaje que hizo tan hechizantes a sus predecesoras. Pero obras como Marea de luna roja o Samsara nunca pregonaron sus ideas; trabajaban a través de sugerencias e insinuaciones, y eran tanto más reveladoras por ello. Lo más sorprendente de Ariel, pensándolo bien, es su tendencia a detallar sus temas, a dejar poco espacio a la ambigüedad. Es algo que se desprende tanto del guión como de las imágenes. De forma reveladora, el viaje de Muñoz se cierra con un plano del mar envuelto en púrpuras espeluznantes que se fragmenta y revela otro plano justo debajo, literalizando la construcción de Ariel como muñeca nido.

      Merece la pena ver cualquier película protagonizada por Agustina Muñoz. También lo es Ariel, aunque sólo sea para maravillarse ante el modo en que la actriz puede, a través de la fuerza de su mirada y su voz, desdibujar la frontera entre lo que es real y lo que no lo es mejor que cualquier otra cosa a disposición de Patiño. Hay algo inefablemente juvenil en su timbre, que sugiere a una vagabunda con una receptividad casi preternatural al asombro y una capacidad sin esfuerzo para exponer la belleza y la magia de lo cotidiano. Ojalá la película estuviera tan en sintonía con esos misterios. Concebida originalmente por dos directores, Ariel no pertenece a ninguno de ellos. No tiene ni la despreocupada libertad de las Shakespeare de Piñeiro ni el hechizante e inquietante encanto de las primeras obras de Patiño, una película que, al igual que sus personajes, parece estar buscando un autor. Ariel se estrenó en el 2025 Festival Internacional de Cine de Rotterdam. Nota: C+

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Hace unos años, los directores Lois Patiño y Matías Piñeiro unieron sus fuerzas para lo que pretendía ser una adaptación muy libre de La Tempestad de Shakespeare. El corto resultante, Sycorax, parecía el encuentro de dos espíritus afines. La capacidad de Piñeiro para resucitar los textos del Bardo e injertarlos en escenarios actuales se unió a la agudeza de Patiño