
La golondrina en la chimenea Reseña: una catarsis artística para los Zürcher
Nota: Esta reseña se publicó originalmente como parte de nuestra cobertura de Locarno 2024. La Gorrión en la Chimenea se estrena en cines el 1 de agosto.
Hay algo electrizante en ver a un cineasta liberarse de fórmulas bien trilladas y adentrarse en territorios nuevos e inexplorados. La Gorrión en la Chimenea, tercer largometraje de Ramón Zürcher, es la última entrega de una trilogía de dramas de cámara altamente inflamables. Quienes estén familiarizados con los dos anteriores, La Extraña Gata Pequeña de 2013 y La Chica y la Araña de 2021—escritos y dirigidos junto con su mellizo Silvan, quien ha producido todos los proyectos de su hermano—probablemente recordarán el choque entre su austeridad en la puesta en escena y los conflictos tempestuosos que los atraviesan. Capturados en tomas en su mayoría estáticas en locaciones contenidas (un apartamento, una casa) y en marcos temporales (La Gata abarca un día, La Araña dos), las películas sugieren ejercicios de geometría cuyas composiciones inmaculadas están siempre a punto de colapsar. Contra sus frentes de acero se oponen disputas familiares, actos de crueldad gratuita y violencia; verlas, la tensión a veces resulta tan insoportable que uno se queda agazapado, esperando que la escena estalle.
Pero estos retratos de familias disfuncionales también irradian otra cosa: un ojo agudo para lo surreal y lo onírico. La felina titulada en La Extraña Gata Pequeña no es en absoluto extraña, pero la película sí lo es, explorando la cotidianeidad de una familia de clase media en busca de momentos de maravilla y locura. Objetos y personas regularmente desafían el formalismo de Zürcher: una botella de vidrio girando en la estufa; una pelota volando por la ventana de la cocina; botones que salen disparados de las camisas; sin olvidar a los miembros de la familia mismos y las historias inquietantes que se relatan entre sí en un tono plano, como si ninguno de ellos estuviera realmente allí, realmente presente—sea lo que sea que “allí” y “presente” puedan significar. Lo mismo sucede en La Araña, en la que un par de amigos y excompañeros de piso se separan cuando uno de ellos se muda a un nuevo espacio, un proceso constantemente saboteado por intercambios extraños y desvíos. Algunos de estos parecen sacados directamente de un cuento de hadas: una anciana que aparece como una bruja en medio de una tormenta de verano, un vecino del piso de abajo que solo sale de su departamento por la noche. Ambos episodios se desarrollan en un gasa de detalles inquietantes que frustran toda explicación causal; como reflexiona un personaje en La Araña, es “como si una fuerza secreta sostuviera todo junto”.
La Gata y La Araña ambos escarban en esa fuerza invisible, onírica, pero nunca se entregan completamente a ella, lo que da una sensación peculiar de estar al borde del precipicio, como si las películas constantemente amenazaran con adentrarse en una realidad diferente, pero nunca logran hacerlo del todo. Esto, en mi opinión, es lo que hace tan cautivino el cine de Zürcher, y por qué La Gorrión en la Chimenea resulta tan estimulante.
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La golondrina en la chimenea Reseña: una catarsis artística para los Zürcher
Nota: esta reseña fue publicada originalmente como parte de nuestra cobertura del Festival de Locarno 2024. La Gavilana en la Chimenea se estrena en cines el 1 de agosto. Hay algo electrizante en ver a un cineasta liberarse de las fórmulas recurrentes y adentrarse en territorios nuevos e inexplorados. La Gavilana en la Chimenea, la tercera película de Ramón Zürcher, es la final