
Reseña de Telluride: Ballad of a Small Player es una exuberancia deliciosa y mordaz
En Balada de un pequeño jugador se nos regala la sobreactuación de Colin Farrell. Nadie sobreactúa como Colin Farrell, y subestimar esto sería injusto. Escrita por Rowan Joffé (basada en la novela de Lawrence Osborne de 2014) y dirigida por Edward Berger, está protagonizada por Farrell como un jugador que se hace llamar Lord Doyle. Lo han relegado a Macao, la “Las Vegas de Asia”, y casi se ha quedado sin dinero. Tiene deudas por todas partes y no puede evitarlo. En el último casino de la ciudad que aceptará una apuesta suya, Lord Doyle conoce a Dao Ming (Fala Chen) y ve en ella una posible solución a todos sus problemas. Esto es, por supuesto, ridículo––no muy distinto de la mayor parte de Balada de un pequeño jugador.
Pero Berger ha hecho de lo ridículo su tarjeta de presentación. Vuelve el compositor Volker Bertelmann, y no es menos estruendoso ni menos poco sutil. Ojo, eso es un cumplido. Es una película divertida y desesperanzada––el maximalismo en su máxima expresión. El director de fotografía James Friend (que ganó un Óscar por Sin novedad en el frente) se reencuentra con Berger y resalta todo color concebible a lo largo de la narración. No hay ni un solo rosa que no se destaque por alguna luz especial. Macao se presenta como una especie de paisaje infernal recubierto de neón, donde todos tus sueños se cumplen y luego se convierten en pesadillas.
Tilda Swinton ofrece un papel de reparto hilarantemente estrafalario como una mujer misteriosa que busca a Lord Doyle, representando el pasado del que él huye. Farrell y Swinton––que ambos protagonizaron la inquietante The War Zone de Tim Roth hace 25 años, aunque Farrell tenía allí un papel menor––se complementan increíblemente bien. Junto con una multitud de planos inclinados como para sonrojar a Kenneth Branagh, Berger y Friend lanzan la cámara de un lado a otro, produciendo una estética constantemente activa y estimulante. El juego de cartas en el cine suele ser aburrido; no es el caso aquí. Fíjese en los ostentosos guantes de juego de Lord Doyle, o en la manera en que dobla las cartas para ver su mano.
El tercer acto de Balada de un pequeño jugador se anuncia hasta el extremo, y qué placer verlo desarrollarse. Con Berger al timón y Farrell como protagonista, no hay rastro de sutileza. Ni posibilidad de matiz. Es una ópera empapada en alcohol, un cuento moral rebosante de grandilocuencia. Las mejores películas sobre juegos de azar saben que ganar es el desenlace más aterrador. Y aunque Dao Ming de Fala Chen queda algo desaprovechada y el cameo extendido de Alex Jennings es tan efectivo que pide más tiempo en pantalla, Berger tiene su foco en el sujeto correcto: Farrell.
Aquí hay un intérprete que ha aprendido a sacarle partido a sus inseguridades. El pico de viuda desviado (cierto, un rasgo distintivo de Farrell, aunque encaja a la perfección), el bigote a lápiz, el terrible acento falso. Farrell interpretando a un mal actor es de lo mejor que ha hecho. Berger sabe que cuando su protagonista pregunta, “¿Más o menos?”, la respuesta correcta es: “Más. Mucho, mucho más.” Balada de un pequeño jugador es una exuberancia deliciosa y malsana.
Balada de un pequeño jugador se estrenó en el Festival de Cine de Telluride y llega a los cines el 15 de octubre y a Netflix el 29 de octubre.
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