
Crítica de Venecia: Pin de Fartie es una interpretación juguetona y vertiginosa de Samuel Beckett
Desde principios de la década de 2000, el ferozmente independiente colectivo cinematográfico argentino El Pampero Cine ha construido una filmografía sui generis al eludir las convenciones. Un catálogo que incluye La Flor de Mariano Llinás, de 13,5 horas, y Trenque Lauquen de Laura Citarella, de 4,5 horas, no facilita precisamente la tarea. Sin embargo, quienes se sintonizan con el pulso de Pampero atestiguarán la experiencia singularmente gratificante de entregarse a sus películas. Pin de Fartie, lo nuevo del cofundador Alejo Moguillansky, tiene una duración muy razonable de 106 minutos. No obstante, la forma en que expande y deconstruye una de las obras absurdistas definitorias del siglo XX hará que uno quede aturdido.
Dicha obra es Fin de Partie (Endgame, como se conoce en inglés) de Samuel Beckett, de 1956. La tragicomedia experimental de un solo acto está ambientada en una sola habitación con cuatro personajes que bromean mientras lidian con la desolación y el sin sentido de la existencia. Pin de Fartie se abre con una escena que recuerda de inmediato el escenario de la obra: un hombre ciego manda a su sirviente/cuidador mientras intercambian una serie de preguntas y respuestas mundanas y repetitivas; salvo que aquí la destinataria de la rabia mezquina del ciego (Otto) es una chica (Cleo). Uno se da cuenta de que no se trata solo de una recreación actualizada del material original cuando la cámara corta a un equipo de personas que proporcionan narración y efectos de sonido. Las cosas se complican cuando ese mismo equipo empieza a narrar “variantes” de la historia de Beckett: una en la que dos actores se reúnen semanalmente para ensayar Fin de Partie, y otra en la que una mujer ciega le pide a su hijo que le lea la obra. Además de la dimensión metatextual de toda la construcción, los destinos de los personajes comienzan a divergir de sus contrapartes literarias de maneras inesperadas.
Siendo El Pampero Cine, no sorprende que la película sea bastante esotérica en concepción y ejecución. A los espectadores no familiarizados con Fin de Partie o con las inclinaciones filosóficas de Beckett les resultará más difícil encontrar el camino hacia ella; el guion obsesivamente verboso (que incluye pasajes enteros tomados textualmente de la obra original) tampoco la hace más accesible. Sin embargo, hay una genuina actitud lúdica e inventiva en la manera en que Moguillansky y los coautores Luciana Acuña y Mariano Llinás tratan un texto de 70 años sobre la desesperación existencial. Se subraya lo absurdo inherente a la situación de Otto y Cleo para sacar a relucir la comicidad de las palabras de Beckett. Aunque todavía se percibe la frustración de los personajes que se sienten atrapados e incapaces de cambiar nada a su alrededor, la pura banalidad de su intercambio vertiginoso («¿Qué hora es?» «La de siempre.») expone la artificialidad del mundo que habitan e introduce un agudo alivio cómico.
El segmento sobre los ensayos tiene un tono completamente distinto. Al convertirse en los personajes creados por Beckett, los dos actores empiezan a dudar de si los sentimientos que se tienen son propios o están todos predeterminados. Con el paso del tiempo, sus reuniones semanales se convierten en un examen de la actuación y la autenticidad que alcanza una nota sorprendentemente emocional.
Luego está quizá la sección más alucinante: la mujer ciega y su hijo, en la que el hijo obediente empieza a notar paralelismos entre la historia que lee y su propia vida. Para averiguar qué significa eso (y si su madre intenta decirle algo a través de Beckett), emprende una investigación privada sobre su propio ser. Aquí, como mínimo, brilla con fuerza la originalidad salvaje que ha sido la marca registrada de las producciones de Pampero. Desde el descubrimiento por parte del hombre de un tenista que se parece exactamente a él hasta descifrar la frase tatuada en el brazo de su doble, la historia toma un giro tan extraño que sugiere una película completamente distinta. Esta disposición a abandonar la lógica y los arcos narrativos tradicionales —a permitir que los pequeños misterios de la vida entren en la narración— es lo que da a películas como Pin de Fartie esa chispa extra y permite al espectador sentir ese subidón de presenciar algo desplegarse.
La película fluye de un segmento a otro y de regreso con gran fluidez, unida por vislumbres del estudio de grabación donde un narrador omnisciente ejerce una supervisión casi divina sobre sujetos inconscientes. Este recurso narrativo transmite con inteligencia el régimen totalitario de los narradores y añade capas adicionales a la reflexión de Beckett sobre la impotencia del hombre para provocar cambios. Sin embargo, Moguillansky resulta ser mucho menos un nihilista fatalista. El tramo final muestra a cada personaje alcanzando alguna realización, rompiendo un ciclo de dependencia y desesperanza. Fin de Partie trata en gran medida de nuestra incapacidad para elegir nuestros propios finales. Al consignar a sus personajes a un mundo imaginado por Beckett pero darles la agencia para salirse del guion, Pin de Fartie se convierte en una refutación edificante y discretamente profunda de un texto que rehace con destreza para la pantalla.
Pin de Fartie se estrenó en el Festival de Cine de Venecia de 2025.

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