
Reseña de libros de verano: Un drama torpe que conecta paisaje y alma
Nota: Esta reseña se publicó originalmente como parte de nuestra cobertura del BFI London 2024. The Summer Book se estrena en cines el 19 de septiembre.
En el último largometraje de Charlie McDowell, Windfall, la idea ambiciosa (aunque en gran medida fallida) era poner a la audiencia en una situación estresante (a lo Hitchcock) y luego liberar rápidamente la presión con un par de escenas violentas (a lo Tarantino). En contraste, su último filme, The Summer Book, se basa enteramente en lo que podríamos llamar «exhalación escénica»: esos momentos de reposo en los que un personaje mira un paisaje mientras los engranajes de la reflexión trabajan, revelando al fin la unidad agridulce de todas las cosas. Cuando se usa con moderación, la exhalación puede ser una herramienta muy eficaz, capaz de una inmensa lírica (como en The Sacrifice de Tarkovsky) y de una caracterización sutil (como en Bergman Island de Mia Hansen-Løve). Sin embargo, cuando se usa en exceso, como ocurre en The Summer Book, el mundo de la película comienza a parecer sospechosamente ordenado y edénico, y la mano benévola del director se vuelve visible para todos.
Como podrá haber deducido por los ejemplos citados, la exhalación aparece de manera desproporcionada en películas ambientadas en el norte de Escandinavia, donde los paisajes están relativamente intactos y, por tanto, son fértiles para que los guionistas introduzcan en su collage de tierra, aire, fuego y agua ese dudoso quinto elemento: el alma. Y lo mismo ocurre en The Summer Book, que utiliza como terreno emocional el desolado Golfo de Finlandia. Allí seguimos a Sophia, de ocho años, a su padre (acreditado únicamente como “Father”) y a su abuela (de manera similar “Grandmother”), mientras intentan aceptar la muerte de la madre de Sophia, que se menciona sólo brevemente pero cuya ausencia se siente a lo largo de toda la película.
McDowell no pierde tiempo en establecer la fórmula principal del filme: los distintos aspectos del paisaje equivalen a los distintos estados emocionales de los personajes. La abuela de Sophia, que ve la situación actual y su propia muerte inminente de una forma amplia, como un ciclo de la vida, se asocia con frecuencia al mar y al cielo, a la quietud del amanecer y al ambiente de la luz solar filtrándose entre los árboles (una escena en particular, en la que deambula por un bosque, parece querer alcanzar los momentos finales de Mirror de Tarkovsky). Y Sophia y su padre están dibujados de forma similar: ella por una mezcla de surcos del bosque y precipicios rocosos; él por una blancura de cielos grises y, hacia el final del filme, por una tormenta repentina que amenaza con hundir su barco y a la que grita, como todos los marineros agobiados en el cine deben hacerlo, “¿Eso es todo lo que tienes?”
Y durante gran parte de la película nos quedamos haciendo la misma pregunta. Porque, aunque a Sophia y a su abuela se les da espacio para desarrollarse lenta, aunque convencionalmente, el padre de Sophia no recibe casi presencia alguna. Hasta su escena de la tormenta que provoca que se pongan los ojos en blanco, que resulta ser el catalizador de un arco apresurado de vuelta desde el abismo, se le utiliza solo como material de fondo sombrío y como el desafortunado ejecutor de las metáforas visuales más torpes de McDowell, siendo la principal un plano prolongado en el que la flecha de una veleta parece atravesarle el pecho. La consecuencia de este personaje poco escrito y de pronto grotescamente sobreescrito es una especie de latigazo narrativo, una brusquedad no intencionada en el tono y el comportamiento cuando la trama se catapulta hacia su final previsible. Lo cual es una lástima, porque Anders Danielsen Lie ha demostrado ser un gran actor cuando se le da buen material, y bien podría haber complementado la actuación sólida de Emily Matthews como la valiente pero vulnerable Sophia y quizá haber contenido a la traviesa abuelita interpretada por Glenn Close, cuyos monólogos y su manejo del bastón con frecuencia rozan la indulgencia actoral.
No obstante, son las interacciones más juguetonas entre Sophia y su abuela las que proporcionan los mejores momentos de The Summer Book, como una excursión a una isla privada que se juega como un pequeño número de acción, y un breve instante en el que la soledad de la meditación de la abuela de Sophia se rompe por el sonido de Sophia bajando por unas escaleras chirriantes. Pero a pesar del encanto fugaz de estos intercambios, en los que cada personaje encuentra refugio emocional en el otro, The Summer Book en su conjunto demuestra ser demasiado programática (una tos temprana de «no te preocupes, no es nada» marca el tono) y demasiado temerosa de dejar a su público en la oscuridad sobre los estados emocionales de los personajes (de ahí su desorden simbólico). Al final, McDowell cae en esa trampa que el taciturno sueco tanto se esforzó en evitar: contarnos tanto sobre los personajes que apenas los conocemos.
The Summer Book se estrenó en el Festival de Cine de BFI London.
Calificación: C
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Nota: Esta reseña se publicó originalmente como parte de nuestra cobertura del BFI London 2024. The Summer Book se estrena en cines el 19 de septiembre. En el último largometraje de Charlie McDowell, Windfall, la idea ambiciosa (aunque en gran medida infructuosa) era poner al público en una situación estresante (al estilo de Hitchcock) y luego liberar rápidamente la presión con un