Cuatro películas que ver en el Festival de Cine Black Nights de Tallin 2025

      En un año que ha parecido definido por una sensación de histeria y confusión, lo único que realmente quería de un festival de cine era escapar. Estoy harto del cine que intenta presentarse como una fuerza de cambio político. El arte genuino no se hace para convencerte de algo ni para ser usado como herramienta de acción, sino como una inspiración hacia la reflexión, hacia el descubrimiento emocional y la intuición filosófica. Es una fuente de libertad. Al acudir a la edición de este año del Festival de Cine Tallinn Black Nights en Estonia (o PÖFF, como se le llama coloquialmente), lo que buscaba no era tanto escapar de la realidad per se, sino películas que me invitasen a aventurarme dentro de la realidad: cine que pudiera fomentar un sentido de descubrimiento.

      Quizá también me inspiró que en mi primera noche volví a ver Dry Leaf, de Alexandre Koberidze, una película que es una bellísima oda a los viajes circunvalados, interminables y posiblemente inútiles. Marcó el tono de lo que buscaba y me llevó a entregarme a películas que podían ofrecer igual sensación gozosa de lo sublime en lo mundano. Con más de 250 largometrajes repartidos en casi 50 programas distintos, PÖFF fue un lugar excelente para emprender tal viaje de descubrimiento. Las noches largas y la fría atmósfera báltica no solo motivaron mi deseo de acurrucarme dentro de una sala de cine, sino que indujeron ese estado de ensoñación interminable y embeleso sonámbulo que solo se encuentra en los mejores festivales.

      El visitante (Vytautas Katkus)

      En el cine lituano están ocurriendo grandes cosas en este momento, muchas de las cuales apenas han tocado las pantallas de Nueva York. El visitante, de Vytautas Katkus, podría ser la mejor prueba de que los cinéfilos estadounidenses deberían prestar más atención. Ganadora de la competencia báltica de este año (consistente y por lo general la sección más fuerte del festival), El visitante es una película atmosférica y contemplativa con un marcado sentido del humor absurdo que se construye lentamente. Sigue a Danielius (Darius Šilėnas), un hombre de poco más de treinta años y recién padre, que regresa a su ciudad natal para vender el piso de su infancia. Con pocos amigos y sin nada concreto que hacer, Danielius pasa los días caminando sin rumbo por el bosque, flotando en el mar, cabeceando de vez en cuando en varios lugares públicos y mirando con nostalgia a los cantantes de karaoke desde la periferia de los bares locales.

      Aunque su estado emocional dominante podría ser el tedio, Katkus tiene la agudeza suficiente para seguir ese aburrimiento intenso hasta un lugar de descubrimiento y encanto. Derivamos, al igual que Danielius, a través de varias escenas, pero a menudo nos escapamos de él también, perdiendo nuestro sentido de anclaje a medida que la cámara aterriza esporádicamente en diversos personajes que permanecen en la periferia de esta historia. La película, en ocasiones, pivota sutilmente para seguir a amigos, vecinos y posibles inquilinos en viñetas extrañas antes de volver finalmente a Danielius. En un momento, una pareja que visita el piso permanece en el espacio mucho después de que Danielius se ha ido por el día, empapándose de la atmósfera y añadiendo su propia aura rara, casi pija, al ambiente. En otra escena seguimos a la vecina de Danielius cuando lleva a su bebé a la playa y comienza a cantarle una nana que se convierte en un número musical completo. Y sin embargo todo se ofrece en ese mismo tono lánguido: deriva perpetua que es tan calmante y desconcertante como vaciadora. Rodada por Katkus en celuloide usando mayoritariamente luz natural, la película es además preciosa, enmarcada impecablemente en tableaus al estilo de Tsai Ming-liang que a menudo te sorprenden con una cuidada variedad de paneos, rápidos zooms en látigo y encuadres sutilmente descentrados que hacen que las imágenes sean fáciles para perderse y ponderar.

      El año de la liebre (Risto Jarva)

      Entre las principales fortalezas de PÖFF, más allá de numerosos estrenos, está su selección de restauraciones. Entre los muchos clásicos bálticos con los que hasta entonces no estaba familiarizado —véase también la película estonia más antigua que se conserva y una de mis nuevas piezas favoritas de propaganda antisoviética, Cheka Commissar Miroschtschenko (1925)— estaba la joya finlandesa y clásico familiar El año de la liebre (1977). Vatanen (Antti Litja) es un ejecutivo de publicidad de Helsinki tan cansado de su vida que lo único que necesita para decidirse a abandonar la sociedad es casi atropellar a una liebre. Tras acunar al conejito en el bosque y vendarle la pata con gasa, Vatanen simplemente comienza a caminar más adentro del bosque, dejando atrás a sus amigos, esposa y carrera.

      La liebre es una picaresca y obtiene gran parte de su encanto de todos los personajes excéntricos que Vatanen conoce en su viaje hacia el lejano norte: un pescador ermitaño que cree que el presidente finlandés Urho Kekkonen fue reemplazado por un doppelgänger; un contrabandista empeñado en beber su stock durante un incendio forestal; y un grupo de turistas urbanos errantes en busca de un “verdadero hombre de la naturaleza”. El director Risto Jarva lo presenta todo con naturalidad, con un humor finlandés seco y una mirada aguda, pero nunca abrumadora, hacia los paisajes hermosos. El conejo, por supuesto, es un encanto instantáneo, y el mensaje de la película es tan simple y dulce que reverbera de esa manera entrañable propia solo de lo mejor del cine popular.

      Leleka (Harald Hutter)

      Tomando su título de una cigüeña ucraniana que nunca abandona su nido, quedándose para reconstruir y llorar después de que ha sido destruido, Leleka, del director quebequés Harald Hutter, captura los efectos psicológicos de la guerra de una manera oblicua y experimental. Rodada en hermoso 16 mm en blanco y negro, la película es una sucesión de imágenes, tonos, diálogos y estados de ánimo que meditan sobre lo que significa anhelar el hogar y cómo las personas desplazadas sienten la presencia de su ausencia. La narrativa laxa sobre la que cuelgan las miríadas de texturas del film es la historia de Sasha (Olga Kviatkovska), una artista ucraniana que vive en París y que emprende un viaje por carretera a casa con su amiga belga Margaux (Margaux Dauby) para colocar una escultura en honor de su abuela. A lo largo de su viaje nos ofrecen paisajes impresionantes, incluso desorientadores; breves encuentros con locales, a menudo crípticos en su brevedad; imágenes atmosféricas abstractas de géiseres palpitantes y fragmentos de cinta negra que pasan frente a la cámara —sus arañazos formando un ritmo pulsante e hipnagógico— y planos largos de la carretera desplegándose ante nosotros, tomados a través de la ventana del salpicadero al estilo de The Brown Bunny. Es un experimento interesante en la fusión del cine lento con acontecimientos geopolíticos y, en un panorama festivalero que demasiado a menudo privilegia declaraciones políticas directas como forma de resistencia y virtud, resulta vigorizante ver una indagación tan profunda sobre cómo el cine puede abordar experiencias contemporáneas de manera encarnada y emocional.

      Renovación (Gabrielė Urbonaitė)

      También desde Lituania, el primer largometraje de Gabrielė Urbonaitė, Renovación, adopta un enfoque costumbrista, tipo mumblecore ligero, sobre las ansiedades persistentes de los lituanos de principios de los treinta. Ilona (Žygimantė Elena Jakštaitė) es escritora y traductora que acaba de mudarse a un piso nuevo con su novio Mata (Šarūnas Zenkevičius). Molesta porque una traductora más joven recibe más premios, escéptica sobre su compromiso con Mata, ambiente de ansiedad por la guerra en Ucrania y constantemente irritada por las obras de renovación que se realizan en el exterior de su edificio, Ilona está en algo así como un punto de crisis, aunque su vida parezca exteriormente tranquila, estable e incluso envidiable. Sin embargo, es mérito de la película que Renovación no se esfuerce por intentar explicar o entender las fuerzas socioeconómicas en juego; simplemente observa, como un retrato, y compone una poesía suave con los pequeños incidentes de su vida. Rodada en 16 mm por Vytautas Katkus, director de El visitante, Renovación es cálida y sutilmente hermosa, haciendo buen uso del piso que contiene la gran mayoría de la película al representar vívidamente la manera en que la luz atraviesa sus paredes en distintos momentos del día.